Singapur, de pueblo pesquero a país del primer mundo
Cuando visito una ciudad, o un nuevo lugar, trato de adentrarme en su alma lo más que pueda, caminando por las calles, hablando con la gente, “viviendo” el lugar más allá de recorrer los lugares señalados en las guías turísticas. Y eso hice en Singapur en una visita reciente. Había estudiado el caso de este Tigre Asiático cuando estaba en la universidad estudiando relaciones internacionales en los años noventa, y el caso de Singapur servía de modelo de desarrollo para América Latina. Por mucho tiempo le seguí el rastro: me lo encontré en las listas de países con más alto ingreso per cápita, con mejores índices de educación, seguridad, y con los índices más bajos de corrupción. Pero solo hasta ahora pude visitarlo, recorrerlo, sentirlo.
En agosto de 2015 Singapur celebró sus 50 años de independencia. Hoy en día es uno de los puertos comerciales más importantes del mundo, uno de los países más ricos, y uno de los menos corruptos de acuerdo a Transparencia Internacional. Los servicios de transporte, salud, educación y vivienda son altamente eficientes. En las calles llama la atención el orden, la limpieza, el espacio público, y la sensación de seguridad. Singapur pasó de ser un país subdesarrollado, un pueblo pesquero de Malasia, a ser un país del primer mundo, en una sola generación.
Lo que hizo bien el gobierno, liderado por Lee Kuan Ywe, −que gobernó desde 1965 hasta 1990−, fue invertir en infraestructura y educación, movilizar a una clase trabajadora y fomentar una clase media cada vez más educada y disciplinada hacia los objetivos de desarrollo económico del país.
Los éxitos económicos estuvieron acompañados de leyes restrictivas a las libertades individuales, de leyes draconianas y castigos fuertes para quienes las infringieran. Pero en ningún momento la gente se sublevó para que hubiera una mayor liberalización por parte de gobierno. Al contrario: las clases medias fueron las que apoyaron el autoritarismo porque eran las más beneficiadas. Había tanta dependencia del Estado que no tuvieron la autonomía para impulsar una mayor democratización (El Partido de Acción Popular, de centro-derecha, ha estado en el poder durante 52 años).
Después de la independencia de 1965, uno de los retos del gobierno fue la construcción de una nueva identidad de Singapur como nación. En la construcción de un nuevo país primó el pragmatismo por encima de todo, como un principio que guiaría todas las políticas gubernamentales. Gracias a ese enfoque, Singapur logró sobrevivir como un país joven, estable económica, social y políticamente.
Como parte de la narrativa de construcción de una nueva identidad, el gobierno influyó en la educación de los niños y jóvenes inculcando valores fundamentales que han contribuido a diseñar el nuevo país: disciplina personal, cooperación, respeto al otro, integridad, honor, deber cívico. Una sociedad donde la meritocracia juega un papel sustancial en todas las esferas. La visión del partido después de la independencia fue crear una cultura ciudadana basada en la búsqueda de la excelencia. Le pregunto a la gente cómo se definen, para ver si concuerda con esa narrativa creada por las autoridades, y me responden en términos muy prácticos: se definen como gente muy trabajadora. Los singapurenses valoran la diversidad. Coexisten con varias razas y religiones, gracias en gran medida al modelo de vivienda urbana que les permite convivir en comunidad.
En la mayoría de países los jóvenes suelen ser críticos del establecimiento. En muchos casos son ellos quienes buscan retar al status quo pensando en que siempre hay cosas que se pueden cambiar y se pueden hacer mejor. No en Singapur. Conversando con la gente joven percibo que en general están satisfechos con sus líderes, con la cultura política; creen en las instituciones y confían en ellas. Piensan que al gobierno lo mueve un genuino interés por su pueblo (felices ellos), y aunque sí preferirían tener menos restricciones individuales, aceptan la situación. A la gente le importa la democracia, pero no sufren porque no haya libertad de prensa o libertad de expresión. El éxito para los singapurenses está concebido en términos económicos, aunque la mentalidad está cambiando. Ya la plata no es el único factor.
El arte y la música eran actividades que hasta hace poco estaban relegadas a un segundo plano, pero eso está cambiando. Las nuevas generaciones buscan carreras más alternativas, distinto al caso de la generación de sus padres y abuelos a quienes les tocó vivir periodos difíciles, e impulsaba que sus hijos siguieran carreras que les garantizaría un relativo éxito económico: medicina, abogacía, ingeniería. Las artes, la música, los deportes eran muy poco fomentados. A partir del 2000 el gobierno empezó a ofrecer nuevas opciones a los jóvenes en éstas áreas.
Hay muchas cosas que llaman la atención de los visitantes de esta ciudad/estado. La limpieza, el orden, los parques, la cantidad de árboles sembrados. El desarrollo se nota en los rascacielos, en los modernos diseños arquitectónicos, en el urbanismo, en la conciencia de sostenibilidad ambiental que existe. Los bosques y parques están unidos por 9 kilómetros de puentes colgantes donde la gente puede salir a caminar o correr, y deleitarse con el paisaje verde y los animales.
Llama la atención también los cientos de edificios de vivienda pública (85% de la gente vive bajo ese modelo); son grandes edificios que reúnen a diversas comunidades de distintas nacionalidades y razas, cuyo modelo precisamente ha contribuido a desarrollar la aceptación y la tolerancia de la gente. Estas comunidades cuentan con todo lo que necesitan a 5 km a la redonda: tienen centro de actividades, supermercados, lavanderías, y por supuesto centros de venta de las más deliciosas comidas locales. Los llamados hawker centers, son lugares donde se puede comer económicamente y muy bien. Los estándares de limpieza son muy altos, pues están sujetos a una calificación del gobierno que les da un grado de A, B, C, o D, dependiendo del nivel de higiene, y cada local debe postear esa calificación a la entrada. No vi ni uno solo que no tuviera A o B. En cuanto a prácticas religiosas, en una misma cuadra uno puede encontrar un templo budista, una Iglesia metodista, una católica, y un templo hindú. Ese hecho habla mucho de la diversidad del país y del respeto y la tolerancia en que viven.
Y por supuesto también llama la atención la cantidad de restricciones que hay. En cada esquina hay un letrero que prohíbe algo: orinar en público, comer durián (la fruta nacional que tiene un olor apestoso y su consumo está prohibido en el metro); cruzar la calle en un lugar no autorizado; botar chicle al piso, o cualquier otro tipo de basura. Quien incurra en estos hechos debe pagar altas multas. Igualmente son bien conocidas las duras penas para quienes cometen un delito: quienes trafican con droga, por ejemplo, son sometidos a la pena de muerte.
En fin. Un país interesante, modelo para muchos, pero con costos en términos de pluralismo político y libertades individuales. Pero interesante como caso de estabilidad económica, social y ambiental. Un país de arquitectura vibrante, de gente educada y amable, donde confluyen culturas que enriquecen la experiencia de cualquier visitante.