Una vida plena. Semblanza de mi padre

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El amor fue la fuerza que guió todos los aspectos de la vida de mi papá. Su familia fue siempre su prioridad y amar a mi mamá, lo que lo hizo más feliz. Logró plena armonía entre su forma de pensar, de sentir y de actuar.

Aceptó con entereza lo que la vida le trajo: la muerte repentina de mi hermano menor lo marcó para siempre, pero tuvo la grandeza, -como la tuvo también mi mamá-, de seguir la vida con alegría, por sus hijos, por sus nietos y por ellos mismos. Cuando falleció mi mamá, hace dos años, se le fue el amor de su vida, su compañera, su mejor amiga. Hasta el último día de su vida mi papá estuvo invocando su nombre. Durante más de 60 años la quiso con devoción y supo manifestarle su amor de todas las formas posibles: la sacaba a bailar, le llevaba flores, le dejaba notas en las páginas de los libros que ella estaba leyendo. La complicidad entre los dos era palpable, nunca les faltaron temas para conversar, ni motivos para enamorarse más.

Vivió su profesión con una gran pasión: no solo fue un arquitecto dedicado, sino que su creatividad le permitió tener una mirada única hacia las cosas bellas de la vida. Viajar con él era un privilegio porque nos hacía más conscientes de observar cosas que quizás sin su mirada hubieran pasado desapercibidas.

Fue liberal de pensamiento.  Inteligente, agudo y siempre ponderado en sus ideas políticas, nunca descalificó o despotricó contra nadie. Sus observaciones, aunque a veces críticas, eran siempre respetuosas y constructivas.

En esa libertad de pensamiento fuimos educados sus hijos. Siempre confió en nosotros, respetó nuestras decisiones, nos aceptó y nos quiso tal como somos. Sabía escuchar como pocos, con total atención, interés y libre de juicios, opinando si se lo pedíamos y aconsejándonos si veía que lo necesitábamos.  Esos atributos le sirvieron también en su paso como rector del Gimnasio Moderno y decano y profesor de arquitectura de la Universidad de América, para ser un educador ecuánime, abierto, comprensivo y con visión de futuro.

No vivió una vida de lujos, aunque le gustaba vivir bien, era amante de la estética y gozaba con los rituales simples de la vida.  Más que disfrutar de la comida, apreciaba las conversaciones largas que se formaban alrededor de la mesa, siempre acompañadas de la buena música. Su familia fue su más importante tesoro e hizo del amor su principal riqueza, como dijo el padre Vicente Durán en la misa de su despedida.

Antes de viajar ya conocía los lugares que visitaría con una precisión admirable, porque los había estudiado. Los libros eran sus alas, y sabía de arte, de política, de arquitectura, de música y también de literatura. Fue él quien me fomentó el amor por los libros desde muy niña. 

No dejaba nada para después. No conocía la pereza. Hacía filas, procesaba papeles, cumplía trámites con una paciencia pasmosa. Era un hombre independiente, vital, activo, disciplinado, y consciente siempre de hacer las cosas bien. Se conmovía con facilidad, pero tenía una fortaleza increíble.

Se fue en paz y rodeado de amor. Tal como vivió su vida.

 A mi padre, con infinita gratitud por el legado de amor que nos dejó.

Germán Pardo Sánchez. Mayo 28 de 1933 – Septiembre 12 de 2019.

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