Ritual de belleza

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 Aurora llegaría en cualquier momento. Solo de ella se dejaba lavar la cabeza. Mi mamá llevaba siete días en la clínica, con muy poca movilidad y dependiendo de la ayuda de las enfermeras de turno que con la mejor voluntad se acercaban a apoyarla. Esa mañana llegaron a la habitación temprano para ayudarle a bañarse. Con paso lento la llevaron caminando hasta el baño, le quitaron la piyama y la sentaron en una silla especialmente diseñada para la ducha. Prendieron el grifo y probaron con la palma de la mano la temperatura del agua y notaron que ya estaba bien, aunque a mi mamá no le pareció lo mismo.

—Está muy caliente—dijo con voz firme.

Perder la capacidad de valerse por sí misma era lo que más duro le había dado. Hasta hacía solo dos meses era una mujer independiente y activa. Tener que despojarse del pudor, así, a la fuerza, no era tarea fácil. Lo que por ningún motivo iba a permitir es que alguien que no fuera Aurora le lavara la cabeza.

—No me quiero lavar el pelo—afirmó enérgicamente, ante la insistencia de la poca sicología de las enfermeras que pretendían bañarla a la fuerza.

Tuve que intervenir.

 —No se preocupen, —les dije—, más tarde nosotros le lavamos la cabeza—.

En realidad, Aurora era la única que sabía cómo lavar el poco pelo que a mi mamá le quedaba. Ya no había ni rastro de la mata de pelo que nos heredó a mi hermana y a mí, y que con vanidad se seguía pintando hasta hace unos meses, cuando la palabra cáncer solo aparecía en nuestra vida en los anuncios publicitarios.

La estábamos ayudando a vestirse y acomodarse en una silla cuando apareció Aurora, con sus zapatos gastados de tanto andar y su viejo maletín marrón que siempre cargaba. Se quitó la chaqueta y pidió un vaso de agua; para llegar hasta allá había tenido que coger dos buses y caminar una larga cuadra. Era la primera vez que iba a peinar a alguien en la clínica. Sacó sus cosas y alistó todo en una pequeña mesita que improvisó como si estuviera en una peluquería. El cable del secador se mezclaba con el del suero, y el olor a laca que se desprendía de los cepillos contrastaban con el olor a desinfectante típico de un cuarto de hospital.

Como mi mamá ya estaba vestida la lavada de cabeza era toda una proeza. Pero nuestra misión era hacerle la vida más amable a ella, así es que lentamente entre mi hermana y yo la acompañamos de nuevo al baño, alistamos una silla frente al lavamanos y le ayudamos a sentarse llenándola de toallas para que no se fuera a mojar más de la cuenta.

Con voz suave, casi como un susurro, Aurora le preguntó a mi mamá cómo estaba, mientras destapaba el shampoo, y con mucho cuidado se lo refregaba en la cabeza, haciéndole pequeños masajes y enjuagándole con agua tibia. Le contó de su nieto y de lo bien que iba en el colegio. Desde hacía más de cuarenta años, iba todos los jueves a la casa de mi mamá a peinarla. Ese día era jueves, y el hecho de que estuviera en la clínica era tan solo una circunstancia. A ella le gustaba estar bien peinada siempre, y ni su poca movilidad ni el hecho de sentir que no le quedaba mucho tiempo de vida romperían ese ritual que le alegraba el espíritu.

Aurora le secó el pelo con cuidado, evitando que se le cayera aún más. Mi mamá cerró los ojos, con la plena confianza que se le tiene a las personas que nos han acompañado toda una vida.  Pensé en la entereza de ella, y en la de mi hermana y yo, tratando de poner buena cara a una situación que sabíamos irreversible.

El Dr. Rodríguez abrió la puerta, haciendo su ronda de la mañana. Para nada se esperaba encontrar un salón de belleza en la habitación 607. Aurora ya estaba terminando, mi mamá abrió los ojos, sonrió y extendió la mano para saludar al doctor, quien hizo alusión a lo linda que ella estaba.

Los días en la clínica se hacían eternos, mantener las rutinas lo más que podíamos nos ayudaba a llenar las horas. Aurora guardó sus cosas en el maletín, se puso la chaqueta y se despidió de todas con un abrazo. Mi mamá me pidió que le pusiera los aretes. Le acerqué el espejo para que viera lo bien que había quedado. Ahora si estaba lista para que el doctor la examinara.

 

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